Creo que no me equivoco si digo que todos, alguna vez, hemos oído eso de «tienes que trabajar duro, sacrificarte y aceptar tu destino»; si no a uno mismo sí que lo hemos oído de otros. En mi caso, me acuerdo perfectamente como en el instituto, el típico profesor que no se esfuerza por sacar a chicos con problemas hacia delante, constantemente decía a los «vagos» de la clase que no iban a llegar a ser nada, sin intentar ayudarles y cortándoles las alas de raíz.
En general, siempre te dicen que tengas los pies en el suelo y que prácticamente no sueñes cosas que te puedan parecer imposibles ya que te puedes pegar el batacazo (pensando solo en lo malo que puedes sacar y no en todo lo bueno), educándonos desde pequeños haciéndonos creer que tenemos un solo destino y no podremos cambiarlo por mucho que soñemos con él, posiblemente saliendo a relucir en algún punto la temida palabra «utopía». Todo esto hace que automáticamente nos entre miedo de cruzar esas líneas preestablecidas al no saber qué hay más allá de ellas y nos quedemos acongojados en lo que nos dicen es «seguro», sin experimentar más allá de eso. Sigue leyendo